Son las cuatro de la tarde en Johannesburgo y al sol le quedan poco más de dos horas de reino. Por ahora luce potente en las últimas semanas del verano austral por encima de los altos edificios de ese viejo centro que se resiste dejarse morir. En la ciudad empieza ya la operación regreso a las casas de miles de trabajadores que terminan una jornada laboral que para muchos se abrió con los primeros y tímidos rayos solares. En la colina más alta, cerca del panafricano barrio de Yeoville, se da inicio al trasiego de gente en busca de un lugar en el que dejar un rezo, una esperanza o simplemente encontrar alguien con el que pasar el rato discutiendo sobre la vida y Dios.
Un solitario reza ante una estructura en la que se puede leer
Hold hand. God’s land (Dénse las manos. Tierra de Dios)