Asesinar como deber religioso


Por: EL PAÍS | Autor invitado: Omer Freixa

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Imagen de la fotogalería de El País publicada sobre el genocidio. En ella se cuenta cómo en cuanto corrió la voz de que Habyarimana había muerto, los hutus comenzaron a matar a tutsis y miembros moderados de su propia etnia: hombres, mujeres, niños y ancianos fueron masacrados a tiros y machetazos. En la foto refugiados tutsis juegan en el campamento de Niashishi en Ruanda, 7 de abril de 1994. Pascal Guyot / AFP

 

Bastante se habló de lo ocurrido hace unas semanas en Ruanda. Se celebraron homenajes a los caídos en 1994 y una semana de luto nacional. No es para menos. Veinte años representa una fecha importante en las efemérides. Y más cuando se trata de una de las principales barbaries cometidas durante el siglo XX, una para agregar al inventario de catástrofes de la centuria pasada, que también se siguen perpetuando, lamentablemente, en la presente. Nosotros volvemos a ello. Porque es un mecanismo muy actual. Y porque en este país de África oriental, conocido ahora como “la Suiza de África” o “el país de las mil colinas”, la comunidad internacional se comportó no solo de forma indiferente frente a la muerte y el sufrimiento sino algo más. 

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