Si los últimos acontecimientos no hubieran ocurrido, el archipiélago de Lamu (Kenia) no sería, a día de hoy, poco más que un espejismo tenue de lo que debería ser y fue durante años. Su centro histórico, Lamu Town, era el pasado martes 8 de julio, una ciudad donde los turistas se contaban con los dedos de una mano. Tanto ese día como las anteriores semanas, e incluso meses, numerosos complejos hoteleros permanecían cerrados, las barcas se mecían amarradas a los muelles y el bullicio de las calles, ajeno a lo que ocurría o pudiera ocurrir, se concentraba tan solo en un puñado de emplazamientos. Las playas, para goce y disfrute de los pocos a los que la casualidad nos había llevado hasta allí, estaban desérticas, las humildes tiendecitas de la calle principal apenas registraban movimiento.

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