La obra maestra del románico, creada hace ocho siglos, afronta la recta final de su restauración

Hubo un tiempo en que Santiago fue el fin del espacio y el fin del tiempo. Y hubo un hombre llamado Mateo que lo dejó escrito en piedra hace más de 800 años, cuando los hombres creían que el acabose estaba a la vuelta de la esquina y que la muerte biológica conducía al renacer eterno, repleto de castigos o de glorias según el currículo de cada cual. Entre 1168 y 1188, Mateo y un virtuoso equipo de canteros labró un pórtico para la fachada occidental de la catedral de Santiago que relataba en granito todo lo que los hombres medievales no atinaban a leer en el Apocalipsis: el juicio final, la segunda llegada de Cristo, la felicidad (tan espiritual) de los salvados y las torturas (tan físicas) de los condenados. El fin del mundo era una posibilidad real para el peregrino europeo que llegaba a Compostela: allí asistía a su relato sobre piedra con el sobrecogimiento que hoy se reserva para los efectos especiales en 3D.